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Imagen de la mujer reflejada en la obra El ideal de una esposa de Vicente Grez

  • Foto del escritor: Electivo Humanista
    Electivo Humanista
  • 4 oct 2020
  • 6 Min. de lectura

Poco es lo que se ha estudiado de Vicente Grez y su obra El ideal de una esposa, siendo esta una excelente manera de conocer el Chile de aquella época, pues como obra naturalista refleja exquisitamente las costumbres de la sociedad en el siglo XIX. Es importante ahondar en estos libros que permiten entender la transición al Chile actual, sobretodo, para comprender un tema que está en debate hoy en día; la imagen y rol de la mujer. Para abarcar de mejor manera este tema es necesario analizar la obra en sí; de qué trata, a qué movimiento literario pertenece y el contexto de la historia que narra. Es fundamental indagar más en la familia aristocrática de ese entonces y sobretodo en la mujer de élite, pues es quien más sufre el machismo dentro de su entorno conservador. Siguiendo esta línea llegaremos a Faustina, protagonista de la novela quien encarna a una mujer tradicional, que se esmera por mantener el honor de mujer conservadora. Aunque por otra parte, se dará a conocer un punto de vista que rompe con el esquema de la mujer de esa época, llevándonos a una reflexión que concluirá en la predominancia de alguna de estas dos perspectivas.

En la obra de Vicente Grez, se narra la unión entre dos jóvenes que encarnan modos de vida contrarios; por una parte se encuentra Faustina, quien es imagen de lo tradicional, y por otra parte, Enrique, su esposo, quien es fiel reflejo de lo moderno. Dentro de los valores inculcados a Faustina, la infidelidad cometida por Enrique es intolerable y provoca una crisis en la protagonista. La falta provocada por el marido de Faustina se ve doblemente afectada por los celos y temperamento de ésta, convirtiendo lo sucedido en algo imperdonable. Por otra parte, el señor B, padre de Faustina, pide a su hija que perdone a su marido y trate de reconciliarse, sobre todo por el hijo que tienen en común, un niño llamado Luchito quien pasa enfermo en la mayor parte de la novela. Guillermo, el médico de Luchito, provoca en la madre del niño un sentimiento de carácter amoroso que confunde a Faustina, pues contradice todo valor tradicional que la mujer intenta respetar. Luego de un tiempo, Luchito fallece, y el único lazo que tenía Faustina con Enrique ya no existe, aún así, no es capaz de consumar su amor hacia el médico de su hijo. El señor B, como última esperanza ya en su lecho de muerte, pide a Faustina la reconciliación con su marido, pero para ese entonces ya es innegable la fidelidad de su hija Faustina a sus principios éticos, siendo imposible la reconciliación con Enrique.


Para alcanzar una mayor comprensión de esta obra, es necesario analizar el movimiento literario al que corresponde. El ideal de una esposa responde a una tendencia naturalista que llega a Hispanoamérica a finales del siglo XIX y comienzo del XX. Según Del Castillo (1987): “la novela Naturalista se atiene al racionalismo económico, a la ideología, a la política, a la lucha de clases, a la realidad social y a los mecanismos psicológicos” (p.3). De esta forma, El ideal de una esposa de Vicente Grez recurre a la descripción detallada para reflejar fielmente lo que acontece en la sociedad de aquella época, accediendo desde la perversión de sus pasiones hasta el temperamento que cada personaje.


Cabe destacar que el naturalismo nace a partir del criollismo, tendencia que se aleja de lo extranjero y prefiere lo propio, lo autóctono. De esta manera, inspecciona minuciosamente en las clases bajas y en lo rural, además, se introduce en la vida de las personas de aquellos sectores, siendo el lenguaje y las expresiones parte importante de este análisis social.


Cabe destacar que la época en que se desarrolla esta obra no es explicitada, pero existen descripciones que permiten orientar la lectura que, en base a fechas de novedades históricas, económicas, políticas y sociales nos relaciona a un Chile del siglo XIX.


Se menciona lo que serían unos avances tecnológicos para la época, por ejemplo; el alumbrado a gas que se expande en Hispanoamérica a mediados del siglo XIX (“faroles de gas”, “mecheros de gas”). También se habla del pavimento, dando a entender que es una ciudad urbanizada característica del continente en aquella época. Un dato no menor, es la presencia del médico Allende Padín (1849-1884) quien adquiere el apodo de “Colorado Allende” tanto por sus ideas laicas como por su aspecto físico, integrante de la junta médica que permite orientarnos en el tiempo, siglo XIX, década del 80.


Para ese entonces se genera un cambio económico gracias al pacto colonial que une las nuevas metrópolis a Hispanoamérica, dejando en desventaja a los sectores medios, populares urbanos y rurales. Por el contrario, para el otro sector, se nota un auge económico, reflejo de esto es la descripción de la mansión de los personajes Faustina y Enrique, que deja entrever una nueva arquitectura para la elite chilena. De la misma manera, se explica el gusto de Enrique por su vestimenta.

La vida de la mujer aristocrática no genera grandes cambios en la transición al siglo XX, la idea de que la mujer debe sólo interesarse por la familia y el hogar sigue predominando en las familias de elite. Las mujeres de alcurnia eran ajenas a lo político, a la lucha de la mujer por ingresar a la universidad, y al trabajo asalariado (memoria chilena).

Como principal preocupación se encontraba el cuidado y educación de sus herederos, siendo en conjunto a los asuntos domésticos, tareas netamente femeninas. Además, debían mantener una imagen intachable, convirtiéndose el atender al esposo y ser buena madre en la virtud máxima de las mujeres. Vergara (1982) afirma: “La situación que se configura para la novia nos demuestra que estamos ante una sociedad tradicional, en donde la mujer es apreciada casi exclusivamente por su maternidad, de ahí la insistencia en sus dotes moral” (p.136). Gracias a esto último, se aseguraba la armonía en las grandes familias aristocráticas.


Desde otro ámbito, el conservar la caridad y religiosidad de la familia era trabajo de la madre, quien debía transmitir la fe a sus hijos.


El ocio y la diversión era una característica identitaria de la elite chilena; tiempos y espacios en que la mujer debía aprovechar para enriquecer y cultivar la fe, además de ampliar su formación cívica e intelectual. En estos momentos de sociabilidad, la oligarquía forjaba vínculos, siendo los matrimonios, uno de los vínculos más provechosos. Los carruajes y bailes eran el pretexto perfecto para cortejar a las hijas de familias poderosas, siendo la madre partícipe fundamental, pues eran la máxima influencia en la decisión de sus hijas. (Biblioteca nacional de Chile).


En efecto, una de las formas más visibles de la mujer oligárquica de participación en espacios públicos era entre fiestas, siendo el vestuario uno de los tópicos que demostraron el enriquecimiento de la oligarquía, pues lucían lujosos atuendos, los cuales lamentablemente no independizaron a la mujer de su condición de madres, esposas o hijas.


En Faustina se encuentran dos caras; la clara imagen de lo tradicional, ya que la moral y los valores adquiridos son fuertemente respetados; es la imagen de la virtualidad máxima al ser una excelente madre y satisfacer al marido en todo aspecto, con una conducta intachable que ni siquiera piensa en involucrarse sentimentalmente con el Doctor de su hijo - quien despierta en ella un enorme amor- aún estando soltera. Otro punto que afirma la fidelidad de Faustina con sus principios, es que ni la muerte de su hijo Luchito -y todo el dolor que eso conlleva- es razón suficiente para reconciliar el matrimonio fallido entre Enrique y ella.


Por otra parte, y lo interesante de este texto es que Faustina también rompe con el modelo de la mujer de aquella época, pues, como esposa que sigue su religión, debiera perdonar la infidelidad de su esposo, pues la imagen de la mujer que propone el catolicismo es la de una mujer sumisa, humillada, redimida y que debe acatar las órdenes de su esposo o padre.


La fortaleza de la protagonista se manifiesta también en el no ceder a la presión social (sobre todo el que ejercía su padre, el señor B.) por el qué dirán, ya que la imagen de mujer felizmente casada era fundamental, no así el estar soltera, lo que era considerado algo terrible, casi un castigo para la mujer de esa época. Para la protagonista, la honra de mujer conservadora estaba por encima de toda opinión.

Quisiera recordar las dos caras de Faustina; una, como la mujer tradicional, y por otra parte, como aquella que, independiente de su virtualidad como mujer sumisa decide no ceder a la voluntad de su padre y esposo. Ésto último es lo que lleva a cuestionarse si realmente la obra quiere reflejar a la mujer sumisa. Se puede deducir que su firmeza al no querer disculpar una infidelidad es propia de una mujer tradicional que tiene como prioridad su honra. Nunca dejó de ser buena hija, buena madre y buena esposa, por lo que la virtud que la mujer del siglo XIX insiste en cultivar sigue intacta en la protagonista. Sin embargo, y para finalizar, en esta obra predomina la imagen de una mujer empoderada que sabe cómo fusionar los valores éticos impuestos en una clase conservadora con la determinación que adquiere al notar la infidelidad de su esposo, determinación que puede enseñar cierta rebeldía al ejercer su voluntad, siendo dueña y señora de sí misma.


Nicolas Tabilo.

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